lunes, 2 de noviembre de 2009

Ni que soñar

La noche. Justo ayer. Justo en la hora en que caminé por las calles vacías, dudé. Arruinada mi soledad sólo por el ruidoso pasar de los automóviles. Paso por en medio de grandes y vastos caminos de oscuridad, donde mi alma, absurda, parecía tener otro sentido aparte de la nada. Si, los vientos cambian y así las personas. Así yo. Dudé de mi, pero no de ti.

Por unos breves momentos me sentí completamente bien al pensarle. Digo breves por la incertidumbre de su persona, y la preocupación en su corazón. Aún recuerdo los suaves dedos acariciando mis manos, y la dulce sensación de verla a los ojos. Mi dama silenciosa y eterna compañera se quedaba atrás. Era ahora un vano pasatiempo el sentirme en completa desolación, abandonado por mi propia familia. Mi mente se ocupaba ahora en otras cosas...

Me da el reloj las tantas horas de la noche. No importa realmente. Pienso aún en su dulce boca sonrosada, tocando suavemente mi rostro opaco por la luz tenue de las lámparas. En la oscuridad logro notar como velas agotadas intencionalmente sus ojos entrecerrados, que me rodean de una inefable indiferencia, intrínsecamente relacionada con ella.

Anhelo con vehemencia el instante en que la siento. Su sutil esencia, que es la fuente de la que me brotan infinidad de hermosos recuerdos que culminan con su imágen.

Ni que soñar así. No podría soñar algo mejor. No puedo.