sábado, 6 de marzo de 2010

Absurdo y patético

    ¿De qué me sirven las palabras, si no puedo expresarme? Prefiero ahora quedarme mudo y frustrado. Patético pedazo de carne. Solo. Vacio.
    Tirado, muñeco de trapo. Olores corporales. Suciedad. Opacado por complejos, prejuicios, lamentos, rechazos. Quizá si soy el sujeto gordo y rechazado; pero quiza solo soy el sujeto confundid.
    Camino de lado a lado de la casa, pensando constantemente. A falta de palabras, reutilizo y reciclo las que ya tenía. Una y otra vez, como para querer sazonar el texto. Absurda forma de pensar, sin mencionar pobre e insustancial.
    Y así era ahora. Quizá en un momento de mis depresiones lograba sacarle provecho a la tristeza, al miedo, a la inconformidad, al momento en general, pero ahora todo era diferente. Como ignorando el problema principal. Como autohipnotizándome, queriendo hacerme algo que no soy pero que estoy destinado, por mis acciones, a serlo. 
    Y abrí los ojos una vez más, como cada mañana. Me pregunto si mi vida lleva buen rumbo, y si ese rumbo me llevará a donde en un principio quería llegar. Como si importara. Por que pues hasta el momento sigo siendo un niño, un niño con una identificación. Aún recuerdo las palabras de mi padre, pero más que sus palabras, recuerdo sus acciones, sus gestos, sus miradas. Esa inseguridad en sus palabras me decía claramente el miedo que sentía.
    Por que aún vivo en un mundo propiamente bueno, creado por mis padres y por mi. Un mundo donde yo creo que pueden pasar las cosas, el mismo mundo donde imaginas que tienes un rico dulce y aparece en tu mano con un poco de esfuerzo y trabajo. 
    Ahora vives el miedo pequeño, y sientes temor de cada cosa que haces. Miedo a vivir y a seguir tus sueños, miedo a no ser tan afortunado como tus padres. Miedo al fracaso, a las caidas, a no ganar. 
    Temo como niño.