jueves, 2 de agosto de 2018

Carmesí

Despierto sin saber qué día es o dónde estoy. Al pasar unos instantes en que la mente despeja la bruma de la ilusión somnolienta de las mañanas y me doy cuenta de las paredes blancas que cubren mi alrededor, viviendo en mi propio encierro. Me levanto y a unos pasos tiro de la cadena en la ventana que por tantos años me ha acompañado en tantos momentos de intimidad. Sumido en la cuasi oscuridad y con los ojos buscando el camino iluminado solo por la blancura de la pantalla me siento asqueado. Detesto este lugar. Mi refugio me abandona para volverse inútil. Resuelvo por fin escribirle al vacío en un espacio también olvidado incluso por mi. Ciclos que comienzan y otros que me tienen aún hipnotizado. Repitiendo las palabras en mi mente pasan las semanas y aún no termino de comprender. Es sencillo, pero siento que hubiera algo más ahí, aparte de silencio. Pero no es así y el silencio no existe, el viento se la pasa susurrando, los vehículos por la avenida y todo tipo de ruidos cotidianos.

A veces dejo de oír  la música. Ya sabes, esa música que alguna vez te platiqué. la que viene, comienza un pequeño motivo, dos notas... pero luego de una saltas y (como es mi muletilla siempre) utilizar un cromatismo, hmmm... esta vez será ascendente, pero luego baja, y entonces ahí metemos un solo de batería así con ese groove que tu sabes darle. Para darle un toque especial. Tu toque especial. Y entonces vuelve a mi mente todos esos jams que no tuvimos, esos momentos musicales que no compartimos, pero pese a ello agradezco los que sí, buenos tiempos. ¿Porqué será que la música solo dura unos instantes? Se me figura tan ingrato el pensar que solo unos instantes dura la frase, la melodía, el crescendo, la vibración, la pasión. Todo es efímero, ¿no es así? Solo un instante y luego ya no estamos. Un viernes que pasa para luego convertirse en un triste sábado y un devastador domingo, de soledad. Pero no es por la soledad por lo que es devastador, sino que lo complementa; la rutina rota, las palabras que se quedan en la boca, la tristeza inmensurable de un corazón roto, la soledad solo viene al asunto más a manera de consuelo, como vieja amiga.

No quisiera terminar en una armonía lúgubre y de carácter sombrío, sino con un consuelo: mañana seguirá otro día, no importándole los problemas de nadie. Si, hoy es triste, pero el destino dicta normas que a veces no logramos comprender y los caminos son muchos a seguir y como en algún momento se dijo, ojalá nuestros caminos vuelvan a cruzarse (quizá ese es el consuelo que tengo).