lunes, 6 de junio de 2022

Otoño

Otoño. La última vez que nos vimos fue aquella triste tarde templada. 

Memorias de una frustración heredada a través de una pregunta, cuya respuesta se volvió una maldición. 

El maestro te responde desde su propia vulnerabilidad, desde su interior.

Pero alza el mentor la antorcha cuya flama aviva la incertidumbre.

viernes, 13 de noviembre de 2020

20/03/11'

Hubo una vez, en lugar lejano, un pequeño canario que volaba alto en los cielos, a diferencia de otros canarios. Le encantaba por las mañanas cantar al ver salir los primeros rayos del sol para que el Amo le sacara de su jaula y le permitiese salir afuera a volar. 

No fue sino hasta un dia que el canario cantó como usualmente lo hacia por las mañanas, pero el Amo no acudio a su llamado. Siguió cantando y esperando que vinieran a abrirle la puerta de su pequeña prision para que lo liberaran y pudiera salir y ser feliz haciendo lo que mas le gustaba. Pero nadie vino a abrirle. Pasaron varias horas y el pequeño canario continuaba cantando a ratos. y a ratos callaba para tratar de escuchar si en algun momento el Amo respondiera a su canto abriendo su puerta. 

Pero el Amo no respondió a su canto. El pajarillo vio por las ventanas que el cielo comenzaba a oscurecerse y que todo adentro comenzaba a ponerse negro. Vio como el día pasó y como su esperanza iba haciéndose cada vez más pequeña. Esperó a que el último rayo del sol iluminara sus alrededores para ver si alguien venía a su jaula.

Nadie se acercó al canario

Triste y desconcertado, el canario no podía entender lo que había pasado. Pasó todo el día esperando algo que simplemente no ocurrió. Intentó dormir un poco, pues se sentía algo cansado de intentar todo el día llamar la atención del Amo. Cerró los ojos y comenzó a recordar los momentos que había pasado en su vida.
Recordó por ejemplo, un día que temprano por la mañana cantó como siempre y Amo vino caminando algo lento y cansado a abrirle. Sus manos temblaban un poco y se movían despacio, como si sus dedos dolieran.
Detuvo la puerta de la jaula con una mano e introdujo la otra, estirando su dedo índice para sacar de ahí al pequeño canario, quien de inmediato brincó al dedo. Salieron juntos al patio trasero, admirados de la bella vista que tenían delante. Grandes árboles de copa muy alta se extendían hasta donde la vista alcanzaba. Al fondo en el horizonte se apreciaba una cordillera enorme de montañas nevadas. Un cielo azul tan profundo sin ni una sola nube a la vista. El pequeño canario de inmediato saltó y abrió sus pequeñas alas, volando velozmente a través del azul agreste. El Amo solo lo veía desde abajo, caminando hacia una mecedora de madera que se encontraba cerca de la puerta. Una sonrisa se dibujo en su rostro marcado por los años.
 
Recordó también una noche cuando se desató una tormenta muy grande. Se escuchaban retumbar las paredes de toda la casa, agitando los adornos y muebles de la casa. A cada momento sonaba un estruendo horrible que ensordecía al canario, haciéndolo agitarse dentro de su jaula. Entonces, el Amo vino a sacarle de su jaula, llevándolo a su habitación. El canario nunca había entrado a la habitación del Amo, por lo cual se maravilló de ver tantas fotografías en las paredes. Tantas personas distintas, y sin embargo, en la mayoría de las fotografías podía reconocer una cara en particular, con la única diferencia de que esta cara lucía mas llena de vida y de brillo. Luego de observar muchas de las fotografías, volteaba a ver al Amo y trataba de asemejar la imagen de aquel hombre al de las imágenes. El Amo sonrió, y aunque su cabello era ya blanco y su cara parecía tener ya muchos dobleces, esa misma sonrisa aparecía en cada portarretrato que el canario vio.

Despertó, y se dio cuenta de que ya había amanecido. Esperanzado en que esta vez su canto diera resultado, empezó a entonar una bella melodía, pensando en que quizá su Amo había olvidado como sonaba el canto de su canario. Pero sin embargo, el Amo no apareció nuevamente. Pasaron las horas y el canario continuó cantando. Llego de nuevo la noche y nada más ocurrió.

Y así, día tras día el canario no perdía la esperanza de que su amo regresara, pero el Amo nunca acudió al llamado del canario, y nunca volvería a aparecerse frente a la jaula del canario para liberarlo una vez más y llevarlo afuera a volar por los cielos. 

Una mañana, el canario despertó, más cansado de lo usual, y comenzó a cantar. Sus patas ahora débiles parecían comenzar a flaquear y a tambalearse. Sus ojos entrecerrados ya no podían continuar abiertos. Cayó. Pasaron pocos minutos en los que sus pequeños ojos se cerraban poco a poco. Y a través de las barras de la jaula pudo ver algo que hacía ya mucho que no veía. Vio acercarse una silueta muy familiar, apenas reconocible. Quiso pararse nuevamente y colocarse en el pequeño palito que lo sostenía en su jaula. Pero ya no pudo. Sus ojos se cerraban cada vez más. Lo único que pudo ver, era como una mano abría la jaula y la otra se introducía lenta y temblorosa. Y lo último que vio fue esa sonrisa que por poco olvidaba, pero que sin dudarlo reconoció de inmediato quien era. Una sonrisa que llevaba ya mucho sin ver. Unos ojos que ya no parecían cansados, Unas manos que aunque temblorosas ya no parecían adoloridas, un caminar lento pero sin molestia, y unas ropas blancas que resplandecían como el sol, alumbrando todo a su paso. Y sus ojos se cerraron para siempre.

20/03/11

Mancha de Aceite

 Alguien (me imagino que con su carro descompuesto) pasó por la calle frente a mi casa y dejó una enorme mancha de aceite de unos 15 metros de largo. Ahora, sin intención de convertir esto en una queja contra el despreocupado individuo que deliberadamente conducía un vehículo con una evidente necesidad de visitar a un mecánico, quisiera enfocarme un momento en el hecho. Pensé por un momento el que debería de haber alguna especie de conciencia moral que no nos dejara actuar de forma perjudicial contra el otro. No obstante, la incesante necesidad de consumo nos convierte a nosotros y lo que nos rodea en objetos desechables y reemplazables. No importa si mancho la calle con aceite, en algún momento se va a quitar, se incorporará a la calle, la lluvia, el sol, el polvo y el aire se encargarán de deshacerse de toda evidencia que aquello ocurrió. 

Luego me doy cuenta que en algún momento yo mismo fui aquel incauto cuando llegué a tener problemas evidentes con mi carro en aquel entonces. Y tuve la exacta misma actitud de no hacer nada. Saber de antemano que no pasa nada. A pesar de perjudicar a alguien, la gente que vive en ese lugar. En ese momento para mi no importaba, no fue algo relevante. 

Es aquí, supongo, donde debería poner algo que haya aprendido de todo esto, pero sinceramente no creo haber aprendido nada aparte que somos una masa social con ilusión individualista. Pensamos lo mismo y actuamos de las mismas formas. Quizá una buena pregunta sea ¿cómo salir de ese ciclo? Tengo esta idea que somos materialistas pero desechables. Reemplazables. ¿Siempre fuimos así?

Tengo hambre.

domingo, 8 de noviembre de 2020

Sonhos

 Y después de tanto tiempo volviste a mi mente, como una brisa silenciosa, como espuma desvaneciéndose en la ola que rompe en la orilla. 

¿Será que añoro el momento de reencontrar la pregunta que me lleve a ti? ¿Será que nos aparecemos en los sueños de otros como fantasmas de vidas pasadas pregonando sobre el porvenir? ¿Habré sido también yo un espectro en la ensoñación ajena? ¿Que habría estado buscando?

No quería voltear, se sentía un dolor terrible ver las comisuras elevarse y escuchar lo que de ti emanaba, tus manos etéreas ante el dinamismo de la situación y el alboroto en el lugar. 

¿A dónde vamos cuando somos olvidados? Elegimos deliberadamente ignorar aquello que nos lastima, que nos causa dolor. Tomamos decisiones que nos ayudan a cambiar la vida y la rutina para seguir adelante en la cotidianeidad. Todo debe seguir normal. Nos olvidamos. ¿Nos olvidamos?

Desde lo profundo de mi pecho busco las respuestas, pero solo son ilusiones de una mente descompuesta, rota por la incansable espera del sentido, que nunca llega si no lo encontramos.

Me abro paso después de despertar. Intento salvar algo ahí dentro antes que desaparezca. Debo salvar tu imagen y plasmar mi desasosiego ante la imposibilidad de negar tu imagen. Ahí estuviste. Después de mucho tiempo. No se por qué.

Menuda broma la memoria, ¿no crees? Un libro de recortes con todos los altibajos lo suficientemente sobresalientes como para darles un espacio en la cabeza. Al cabo de un tiempo vuelves y ojeras los pedazos pasando frenéticamente la página hasta que encuentras el momento exacto, el recuerdo correcto. Entonces lo exprimes hasta la saciedad o el hartazgo (debes cumplir ese deseo) y lo colocas de nuevo. Un par de veces más y el recuerdo se daña. Irremediablemente. Y por más que intentas volver para tener esa sonrisa en el rostro, ese día caluroso bajo la sábana, las noches en vela platicando, la vida del otro, sus deseos y sueños, su piel, su olor y como suena su voz; se va haciendo difuso. La realidad distorsiona a lo que por tanto tiempo me aferré y ahora solo nos queda esta dulce Soledad que sabe a ceniza y mezcal fuerte y amargo (Como aquella botella que se guardó intacta para usarla para celebrar ¿Celebrar qué? Pareciera que lo único digno de celebrar ahora es la desesperanza y el sinsentido de mi existencia).

No se por qué escribo estas palabras. Tu imagen hace cuestionarme el fundamento mismo de mi realidad. Quién lo diría. 


domingo, 12 de julio de 2020

Pensamientos que ocurren ya entrado el estío

En qué mundo tan extraño vivimos hoy en día. Las palabras, efímeras como sonidos al aire se van y algunas no se dicen nunca. Es precisamente de las palabras que no se dicen nunca lo que hoy en día me interesa. Trataré de no divagar demasiado, enfocarme en un punto.

¿Algo tiene sentido? No, pero esa pregunta ya la resolvimos antes: el sentido/propósito se lo brinda cada quién al plantearse un objetivo en concreto, el realizarlo es lo que verdaderamente importa, aunque sea absurdo. Pero ¿qué pasa cuando nada pareciera ser real?

Ni siquiera escribir estas palabras tiene sentido.

¿De qué sirve externar algo que siento?

Mejor una historia.

Acababa de dar la campanada del medio día cuando un sol abrazador se posaba por sobre la tierra. El aire, sofocado y caluroso se desparramaba por todo rincón posible. Y ahí estaba aún, la mirada por completo determinada a no quitar la vista del horizonte. Expectante. Murió tiempo después, dejando otro vacío más en aquel páramo desolado.

Quizá las imágenes tengan más éxito al momento de transmitir algo. O quizá no.

Qué patético intento de hablar conmigo mismo.

miércoles, 15 de enero de 2020

Cuatro pensamientos deshilachados

Frío. Sale el sol detrás de las nubes. Continúa frío.
Por las mañanas vaga la idea de la soledad nuevamente, cómoda entre sábanas durante la noche se olvida del hastío que representa la búsqueda de la dirección. La flecha.

¿Dónde comienza el día? Como todas las demás percepciones humanas le asignamos un valor fácilmente reconocible a las cosas intangibles, sólo para acomodar nuestras actividades.

Hoy día la vida es agridulce. Hay momentos pétreos que dejan moretones pero no duelen, solo se quedan haciéndome recordar que no debo olvidarlos. Otros que son como agua destilada que te deshidrata y te deja con más sed, hasta que pierdes el conocimiento y necesitas alejarte de ahí.

¿Y hoy que representa en el gran espectro de la nada?

lunes, 21 de octubre de 2019

30 de julio de 2019

¿Quién soy?

Escribo estas palabras
completamente disociado 
de mi mismo. Existo ahora,
al parecer, como dos entidades:

Una, atemporal y anacrónica,
recurre constantemente al sueño
y la nostalgia,
sucumbe ante el dolor 
y el drama.

La otra escribe estas palabras, 
y muere, un día a la vez.