Hoy. Llueve. Hoy llueve.
Hoy la parte más pequeña de la más pequeña unidad se regocijaba. Antagonista de su propia historia, la alegría del día soleado refunfuñaba y desaparecía ante la inmensa y mágica alegría sin igual del gris y la luz.
Dócil compañera. Mientras caminaba, me hablaba al oído. En ocasiones me susurraba. No era como el desagradable ruido de los automóviles y las máquinas de los hombres del tiempo acortado y el estrés; no, la eufonía en sus palabras me trasladaba a lugares hermosos. El río, el cañon, el barranco el precipicio, la tierra, el cielo y la nube. La nube inmensa y densa.
Lluvia mia. Sin duda eres emisario del estío. Llegaste y durante un rato estuviste a mi lado.
Observo las nubes. Observo la masa y la roca plateada encima de mi. Recordé la tarde debajo del mar, donde buques y naves marinas zarpaban dirigiendose a altamar. Yo me quedé ahí, y vi desde lejos la marcha. cada vez más lejos hasta que tuve que marcharme. Me marcho en el momento menos indicado. Me he convertido yo mismo en hombre de tiempo acortado. Intentando el disfrute de cada segundo que gasto de camino.
Camino, camino y camino. Camino y llueve. Volteo hacia arriba y llueve. Corro, corro y corro. Hoy no fue un día más debajo del cielo, hoy fue la gloria y la alegría, el canto y la dicha. Hoy que cambió al hórrido día de sol y regularidad.
viernes, 19 de junio de 2009
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Ai ai, hoy ni saliste a la lluvia, pedazo de hombre monosilábico. Nomás te asomaste al porche mientras plantaba mis huernias en esas macetas plásticas de 3 pesos que Armando compró en el super.
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