viernes, 13 de noviembre de 2020

20/03/11'

Hubo una vez, en lugar lejano, un pequeño canario que volaba alto en los cielos, a diferencia de otros canarios. Le encantaba por las mañanas cantar al ver salir los primeros rayos del sol para que el Amo le sacara de su jaula y le permitiese salir afuera a volar. 

No fue sino hasta un dia que el canario cantó como usualmente lo hacia por las mañanas, pero el Amo no acudio a su llamado. Siguió cantando y esperando que vinieran a abrirle la puerta de su pequeña prision para que lo liberaran y pudiera salir y ser feliz haciendo lo que mas le gustaba. Pero nadie vino a abrirle. Pasaron varias horas y el pequeño canario continuaba cantando a ratos. y a ratos callaba para tratar de escuchar si en algun momento el Amo respondiera a su canto abriendo su puerta. 

Pero el Amo no respondió a su canto. El pajarillo vio por las ventanas que el cielo comenzaba a oscurecerse y que todo adentro comenzaba a ponerse negro. Vio como el día pasó y como su esperanza iba haciéndose cada vez más pequeña. Esperó a que el último rayo del sol iluminara sus alrededores para ver si alguien venía a su jaula.

Nadie se acercó al canario

Triste y desconcertado, el canario no podía entender lo que había pasado. Pasó todo el día esperando algo que simplemente no ocurrió. Intentó dormir un poco, pues se sentía algo cansado de intentar todo el día llamar la atención del Amo. Cerró los ojos y comenzó a recordar los momentos que había pasado en su vida.
Recordó por ejemplo, un día que temprano por la mañana cantó como siempre y Amo vino caminando algo lento y cansado a abrirle. Sus manos temblaban un poco y se movían despacio, como si sus dedos dolieran.
Detuvo la puerta de la jaula con una mano e introdujo la otra, estirando su dedo índice para sacar de ahí al pequeño canario, quien de inmediato brincó al dedo. Salieron juntos al patio trasero, admirados de la bella vista que tenían delante. Grandes árboles de copa muy alta se extendían hasta donde la vista alcanzaba. Al fondo en el horizonte se apreciaba una cordillera enorme de montañas nevadas. Un cielo azul tan profundo sin ni una sola nube a la vista. El pequeño canario de inmediato saltó y abrió sus pequeñas alas, volando velozmente a través del azul agreste. El Amo solo lo veía desde abajo, caminando hacia una mecedora de madera que se encontraba cerca de la puerta. Una sonrisa se dibujo en su rostro marcado por los años.
 
Recordó también una noche cuando se desató una tormenta muy grande. Se escuchaban retumbar las paredes de toda la casa, agitando los adornos y muebles de la casa. A cada momento sonaba un estruendo horrible que ensordecía al canario, haciéndolo agitarse dentro de su jaula. Entonces, el Amo vino a sacarle de su jaula, llevándolo a su habitación. El canario nunca había entrado a la habitación del Amo, por lo cual se maravilló de ver tantas fotografías en las paredes. Tantas personas distintas, y sin embargo, en la mayoría de las fotografías podía reconocer una cara en particular, con la única diferencia de que esta cara lucía mas llena de vida y de brillo. Luego de observar muchas de las fotografías, volteaba a ver al Amo y trataba de asemejar la imagen de aquel hombre al de las imágenes. El Amo sonrió, y aunque su cabello era ya blanco y su cara parecía tener ya muchos dobleces, esa misma sonrisa aparecía en cada portarretrato que el canario vio.

Despertó, y se dio cuenta de que ya había amanecido. Esperanzado en que esta vez su canto diera resultado, empezó a entonar una bella melodía, pensando en que quizá su Amo había olvidado como sonaba el canto de su canario. Pero sin embargo, el Amo no apareció nuevamente. Pasaron las horas y el canario continuó cantando. Llego de nuevo la noche y nada más ocurrió.

Y así, día tras día el canario no perdía la esperanza de que su amo regresara, pero el Amo nunca acudió al llamado del canario, y nunca volvería a aparecerse frente a la jaula del canario para liberarlo una vez más y llevarlo afuera a volar por los cielos. 

Una mañana, el canario despertó, más cansado de lo usual, y comenzó a cantar. Sus patas ahora débiles parecían comenzar a flaquear y a tambalearse. Sus ojos entrecerrados ya no podían continuar abiertos. Cayó. Pasaron pocos minutos en los que sus pequeños ojos se cerraban poco a poco. Y a través de las barras de la jaula pudo ver algo que hacía ya mucho que no veía. Vio acercarse una silueta muy familiar, apenas reconocible. Quiso pararse nuevamente y colocarse en el pequeño palito que lo sostenía en su jaula. Pero ya no pudo. Sus ojos se cerraban cada vez más. Lo único que pudo ver, era como una mano abría la jaula y la otra se introducía lenta y temblorosa. Y lo último que vio fue esa sonrisa que por poco olvidaba, pero que sin dudarlo reconoció de inmediato quien era. Una sonrisa que llevaba ya mucho sin ver. Unos ojos que ya no parecían cansados, Unas manos que aunque temblorosas ya no parecían adoloridas, un caminar lento pero sin molestia, y unas ropas blancas que resplandecían como el sol, alumbrando todo a su paso. Y sus ojos se cerraron para siempre.

20/03/11

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