sábado, 1 de agosto de 2009

La segunda tierra

El último día del año, pensé muy seriamente en salir. Salir a dar un paseo, una caminata nocturna. Mis brazos rozaban levemente mis costados. Mis piernas se avalanzaban una frente a la otra. Mis párpados comenzaban a parpadear rápidamente. Mis hombros caían. Mis pasos se volvían errados. Mi boca se abría, dándole paso a un gran bostezo. Cerré los ojos por un leve instante. Caí, y para cuando me di cuenta, estaba completamente acostado en el suelo.

Una luz. Al principio deslumbrante, cegadora. Luego, al acostumbrarse mis ojos al intenso brillo, noté que el resplandor venía de una puerta. Caminé hacia ella, como hipnotizado, más aún consciente de mi. La puerta daba a una pradera muy grande, de pastos verdes y árboles frondosos en el fondo, muro del bosque. Había también un enorme cielo azul, y un sol de las diez de la mañana. Era realmente un paisaje bello. Salí por la puerta y di algunos pasos.

Me senté más adelante y contemplé durante un rato. No había ruido, ni animales, ni insectos a mi alrededor, ni movimientos de las plantas por el viento. Nada.

Comenzó a llover.

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